La apuesta de la calavera

La apuesta de la calavera
Ahora que se acerca la noche de difuntos, publico una noticia que apreció en el periódico la Independencia Belga, y que posteriormente se hizo eco varios medios españoles bajo el título “La apuesta de la Calavera”.

Tal noticia, parecía más que fuese un clásico relato de Edgar Allan Poe o, barriendo para dentro, una leyenda de Gustavo Adolfo Bécquer. Sea pues, que os relato la noticia tal fue publicada.

“Hace pocos días se estaba practicando una excavación en un terreno, en una ciudad inmediata a París, con el objeto de dar mayor extensión al edificio de un cuartel, y se descubrió que aquel paraje había servido en otro tiempo de cementerio; en vista de lo cual, las autoridades dispusieron se hiciese a cierta distancia un hoyo espacioso, y todos los días se conducían allí los huesos que iban apareciendo en las excavaciones.

Una noche que se hallaban reunidos en una taberna inmediata algunos soldados de la guarnición, se habló de este incidente: unos lo hacían supersticiosamente, y otros en tono de zumba. Entre los despreocupados se contaba un brigada y un trompeta.

– Sin embargo, dijo este a aquel, de qué te ríes de los muertos, apuesto a que no eres hombre para ir a buscar en el hoyo una calavera a media noche.

– ¿Qué apuestas?

– Toda la cerveza que podamos beber entre todos.

– Dame esos cinco: a las doce y cinco minutos de la noche tendréis la calavera encima de la esa mesa, viéndonos beber a tu salud y a tu costa.

– Allá veremos, replicó el trompeta con tono de seguridad.

Unos aplaudieron y otros vitupearon esta fanfarronada impía.

Dan las doce de la noche… El brigada sale de la taberna, y se encamina penetrando por la oscuridad hacia el hoyo que servía de receptáculo a los productos del revuelto cementerio.

Al pronto yerra el camino, pero por fin encuentra el osario. Se había provisto de una escalera, y cuando llega a orilla del hoyo la descuelga y asegura sobre los huesos, y baja por ella escalón por escalón. La noche estaba nebulosa, y no se distinguían los objetos… se gacha, tienta, y no encuentra de pronto más que un montón de femores, tibias, costillas y otros fragmentos de esqueletos llenos de polvo. Debemos hacerle la justicia de decir que practicaba sus pesquisas con la mayor sangre fría, preocupado únicamente con la idea de la cerveza que había de trasegar por su gaznate.

Por fin, da algunos pasos, tropieza con un cuerpo saliente, vacila y cae: agáchase para saber la causa del tropezón, y da con la calavera que buscaba.

Se apodera de ella regocijado; pasa los dedos por entre las cavidades de los ojos y de la nariz, busca a tientas la escalera, y sube por ella diciendo en voz bastante alta:

– La cosa no lleva malicia.

Pero apenas había llegado al último escalón, sube otra voz extraña de lo más profundo del hoyo, que le dice:

– ¡Miserable! ¿A qué vienes a arrancar impíamente de mi cuerpo uno de sus restos? Profanador, vuélveme mi cabeza.

El brigada se para más asombrado que conmovido; pero de repente siente que la escalera se menea.

– ¡Vuélveme mi cabeza! ¡vuélveme mi cabeza! – repite aquella voz lamentable, y la escalera sufre un sacudimiento más violento.

– ¡Sea, pues! – exclama el soldado-  ahí está la cabeza- y balanceándola, la arroja con toda la fuerza que le inspira su despecho a lo más profundo del hoyo… Un grito terrible se deja oir cuando llega abajo; el brigada se siente oprimido por la conmoción que experimenta, salta a la orilla y echa a correr a todo escape.

Cuando llegó, pálido y cubierto de un sudor frio a la taberna donde sus amigos aguardaban el desenlace de aquella fúnebre expedición, cuenta tan horrible ocurrencia. Todos se miran unos a otros con espanto; algunos, sin embargo, querían reir… y tachar al soldado de fanático o de embustero.

– Pero ¿dónde está el trompeta? preguntaron.

El que con su apuesta era la causa de aquel sacrilegio, no se hallaba allí.

– ¡Bueno! dijeron, habrá tenido miedo de pagar la apuesta, y se ha marchado.

Y ya nadie pensó en beber, porque la conmoción del brigada se había comunicado a todos los demás, y fueron a acostarse.

Al otro día, cuando llegó la hora de trabajar, hallaron al trompeta muerto en lo más hondo del osario. El brigada, al arrojar la calavera, había hundido el cráneo del profanador.”

Una anécdota aterradora pero, hay que ver, lo que uno está dispuesto a apostar por un trago de cerveza. ¿Te atreverías con semejante apuesta?.

Noticia publicada en el Diario de Palma el 24 de julio de 1852.

Juan Manuel Fernández
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