La calidad de la cerveza que nos tomamos en cualquier bar o terraza de este país es un tema siempre a debate, pero parece que no es un tema novedoso. Rescato un artículo de opinión publicado allá por 1935 en el periódico El Sol, cuya lectura, a pesar de los años, pareciera que sigue vigente, al menos, a mi me lo parece en cierta medida.
Espero que os llame la curiosidad este artículo, así que os dejo su contenido íntegro, creo así mejor para ver cómo ha evolucionado, o no, el tema en cuestión.
«También la Cerveza
Si «Azorín» fuera hombre de cafés y cervecerías, en este momento hiciera la pintura minuciosa de un personaje modesto que, habituado a tomar su «caña» de cerveza en vez de chocolate a las seis de la tarde, se siente contrariado y desconcertado ante la baja calidad que va tomando la teutónica bebida. Un poco más, y ya no es cerveza.
De tan pequeña tragedia, sin embargo, tiene que ocuparse alguien. Las cervecerías crecen y se multiplican. Están abarrotadas. Se comenta en voz baja lo que arriba digo. Pero entre pocos. La mayoría bebe sin enterarse de lo que bebe, como lee sin sacar consecuencias o ve desfilar infinidad de cosas en la vida pública sin saber qué pensar. Beber cerveza es para ellos beber líquido frío, como beber café para otros es caldear las fauces con un destilado negro.
Si ya casi nadie puede tomar café verdadero, porque se ha sustituido por cacahuetes con azúcar quemada que le da negrura y densidad (ambas indeseables); si ya nadie pide al café lo peculiar suyo, su aroma y su claridad, pronto dejaremos de pedir a la cerveza su amarguillo y su picor genuinos.
«¿Qué ocurre, qué le pasa a la cerveza?», se le pregunta al camarero o al «barman» si tenemos con ellos la suficiente confianza como para esperar respuesta sincera. Y nos contestan que es demasiado joven, que no está hecha, que el consumo es mayor que la fabricación.
¿Es verdad esto? Pues perdonen los fabricantes; pero en ese caso se engaña al cliente, se le cobra lo que no vale «todavía» el precio que se pide. La cerveza madrileña ha tenido fama de buena. Venían de Alemania los maestros cerveceros, como vinieron de Flandes, de Italia o de donde fuera preciso antaño los buenos pizarreros, jardineros, ingenieros y demás oficiales de mano para obras como El Escorial, Aranjuez, La Granja y otros sitios de la realeza.
Encontraban aquellos maestros aquí en Madrid excelentes aguas para la fabricación, que es lo principal y lo que da ventaja a la cerveza madrileña sobre las de otras capitales de provincias. Llegaron a obtener un producto tan bueno, que los mismos alemanes invasores de Madrid se relamían de gusto, como en las cuevas de Munich, Pielsen o Fürstemberg. ¿Es tolerable, pues, que por un «straperlo» más se nos «birle» lo bueno y se nos dé lo malo, sin rebajar siquiera el precio? ¿Es que ese liquido muerto que se expende hoy —muerto a pesar del carbónico a presión— va a aceptarse como normal?
Sí. Lo aceptaremos. Y le subirán el precio. Y la cerveza pasará a la categoría de bebidas para próceres, no para el vulgo. Y se beberá en copitas, como licor. Y además será un licor insulso, degenerado.
Es el destino de casi toda cosa aquí. Rara es la que perdura arriba de veinte años con toda su fuerza y eficacia. A los pocos años de rendimiento empiezan a declinar los colegios, los profesores, los funcionarios, los edificios, los servicios de toda índole y hasta los ideales. Un gran pesimista me decía hace poco: «Lo que hay que poner en la frontera es un cartel como el que aparece en los ascensores, con un «no funciona» de grandes letras.»
Para este amigo, lo característico de España es que no funciona en ella nada de lo que debía funcionar si como debía. Esto es amargo y terrible. Y no de ahora. Recordaréis la frase que se aplica a los noveles que entran a desempeñar una función cualquiera con el natural celo: «Ya vendrá el tío Paco con la rebaja», o aquella otra: «Justicia de enero». En ambas se da por supuesto que al poco tiempo la actividad se habrá menguado y el celo habrá desaparecido. Hoy diríamos: «Ya vendrá el tío Paco con el straperlo.»
J. MORENO VILLA»
Fuente: Periódico El Sol, Madrid, domingo 17 de noviembre de 1935.
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