Gambrinus, rey de la cerveza

Gambrinus, rey de la cerveza

Este relato, bajo el título de «Gambrinus, rey de la cerveza», apareció publicado en el número 23 de la Revista Juventud el 17 de agosto de 1902.

«Gambrinus estaba tan desesperado por los rigores de Flandrina, la cual no lo quería por esposo, que un día, entre dos luces, volvió la bosque vecino, trepó a una encina, se sentó en una rama y ató a ella sólidamente su cuerda. Se pasaba ya el nudo corredizo en derredor del cuello, cuando apareció el diablo, disfrazado con el traje verde de un cazador.

-¡Ah, tonto, -le gritó Belcebú -Yo había olvidado el proverbio: «Desgraciado en amor, feliz en el juego» ¿Quieres que te indique un medio de perder?.

Gambrinus agudizó el oído.

-Si, perderás lo que vale más que el oro; perderás la memoria y con ella los tormentos del recuerdo.

-¿Y cómo?

-Bebe. El vino es padre del olvido, vierte torrentes de alegría, nada vale como una botella de zumo de cepas para alegrar la tristeza humana.

-Bien podrá usted tener razón minj heer.

Y Gambrinus enrolló su cuerda y volvió a su buena ciudad de Fresnes.

Sin pérdida de tiempo, hizo construir con anchas piedras de Tournay una cueva de cuarenta pies de alta y seiscientos de larga y la proveyó de vinos los más exquisitos.

En los toneles, dispuestos en dos hileras paralelas maduraban el cálido Borgoña, el suave Burdeos, el champagne espumante, el alegre malyara, el marnala parlanchín, el ardiente Jeréz, el general Tokay y el tierno johannisberg, que abre a las cabezas cuadradas de Alemania las puertas de oro de los sueños.

Día y noche, Gambrinus bebía el jugo de la viña en vasos de Bohemia, el infortunado creía beber el olvido, sólo bebía el amor. ¿De dónde venía ese fenómeno? ¡Ay! De que los excelentes flamencos están construidos de diferente manera que la gente de otras partes.

Entre nosotros, cuando los vapores del vino invaden el cerebro, cuando el divino jugo hierve bajo el cráneo como la lava en el fondo de un cráter solo entonces se incendia la imaginación.

Al sexto vaso, el flamenco veía infaliblemente ante sus ojos del brazo con una multitud de bailarinas, miradas de Flandrina que le hacían gestos burlones ejecutando interminables farándulas.

Entonces borró el olvido, por luna en la cidra normanda, en el pesado mancis, en la ginebra holandesa, en el gin inglés, en el whisky escocés, en kixische no hicieron otra cosa que alimentar el honor. Mientras más bebía, más se excitaba, más rabiaba.

Una noche no pudo resistir más; corrió de una carrera al bosque de Odorras, trepó a una encina y sin alzar los ojos -para estar seguro de no arrepentirse- se lanzó con la cuerda en torno del cuello. La cuerda se rompió del golpe y el ahorcado cayó en los brazos del cazador verde.

-¡Quieres soltarme maldito impostor!- exclamó Gambrinus con voz ahogada. ¿Cómo? ¿Uno no puede ahorcarse a su gusto?.

Belcebú soltó una carcajada.

¡He querido ver -dijo- hasta dónde iría la constancia de un buen flamenco! Y ahora para indemnizarte, voy a curarte. ¡Mira!

De improviso los árboles se apartaron a derecha e izquierda, de manera que dejaron un cuadro vacío, y Gambrinus vio alineadas largas hileras de grandes postes de castaños, en los que se enroscaban frágiles plantas, cuyo fruto eran unos cascabeles verdes y odoríferos. Una parte de las ramas yacían por tierra, y tres o cuatrocientas mujeres sentadas en cuclillas, parecían preparar una inmensa ensalada. Simulaba ese extraño bosque un vasto edificio de ladrillos.

-¿Qué es esto, Myn Gog? -exclamó el fresnes.

-Esto, amigote, es un lupulal, y la casa que ves allá una cervecería. La flor de esta planta va a curarte del mal de amor. Sígueme.

Belcebú lo condujo al edificio. Allí había cubas enormes, hornos, toneles y calderas llenas de un licor rubio, el que exhalaba un perfume acre. Unos hombres con delantales azules ejecutaban una faena extraña.

-Con cebada y lúpulo -le dijo Belcebú- fabricarás, siguiendo el ejemplo de esos hombres, el vino flamenco, por otro nombre cerveza. La fermentarás en esa gran cuba, de donde el vino de cebada pasará a esas vastas calderas para unirse allí al lúpulo. La flor de lúpulo dará aroma y perfume al vino de cebada. Gracias a la planta sagrada, la cerveza, parecida al jugo de la viña, podrá envejecerse en los toneles; de ellos saldrá rubia como el topacio o morena como el anix, ya hará de los buenos flamencos otros tantos dioses de la tierra. ¡Toma, bebe!.

Gambrinus

Y Belcebú llenó de uno de los toneles un gran jarro de cerveza espumante. Gambrinus obedeció e hizo una mueca.

-¡Bebe más, más!

El otro bebió, volvió a beber y sintió una especie de calma que se infiltraba poco a poco en sus sentidos.

-¿No eres feliz?

-¡Si, cierto, mi señor!- exclamó Gambrinus.

-Gracias mi buen Belcebú, y… ¡adiós!

-No. ¡Hasta la vista!… ¡Hasta dentro de treinta años!… Y como a mi me gustan los negocios en regla, vas a hacer el favor de firmarme este papel con una gota de tu sangre.

Le presentó una pluma y un pergamino cubierto de caracteres cabalísticos. El fresnes se pinchó la punta del dedo y firmó. En el acto desapareció todo, el lupulal, la cervecería y Belcebú.

Firmado por «Les Deulin«.

Espero que te haya gustado este cuentecillo.

Diario Cervecero
Sígueme:

Deja un comentario